El rincón de Leodegundia

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viernes, enero 27, 2006

Juzgar precipitadamente


Por regla general todos tendemos a juzgar a los demás con demasiada premura, unas veces basándonos en la creencia de que conocemos los hechos lo suficiente, otras apoyándonos en lo que vimos “con nuestros propios ojos” y otras que se hacen de forma gratuita sólo por no tener la boquina cerrada.

Hablando el otro día sobre esto de juzgar sin saber, se me vino a la memoria una conversación mantenida a la hora del café en la primera empresa en que trabajé. Había surgido este mismo tema y uno de los jefes nos dijo que él también obraba de esa manera hasta que le pasó un caso que le hizo cambiar de actitud, porque le dio mucho que pensar y lo que le sucedió fue lo siguiente:

Siempre que viajaba a Madrid se hospedaba en el mismo hotel en el que ya le trataban como de casa pues sus viajes a la capital eran frecuentes. Un día, por razones que no recuerdo, el viaje se retrasó y llegaron a medianoche, él y su esposa, cansados y hambrientos y se dirigieron a lo que ya llamaban familiarmente su hotel para encontrarse con la desagradable sorpresa de que no había habitaciones libres. El encargado de turno intentó amablemente buscarles otro alojamiento y realizó muchas llamadas, pero no encontró nada, todos los hoteles tenían el cartel de completos y la hora tardía tampoco ayudaba mucho, así que viendo la desesperación de los clientes, que ya se veían dormitando en un sillón de la recepción, el jefe del hotel les comunicó que en el último piso tenían alquiladas unas habitaciones a unas personas que vivían allí de forma permanente, no eran precisamente las mejores habitaciones pero a esas personas les salía rentable y que precisamente uno de esos inquilinos, un cura, estaba ausente, se había marchado a visitar a su familia, así que por aquella noche les dejarían utilizar esa habitación ya que al día siguiente sería más fácil encontrar donde acomodarles, eso si, tendrían que desalojar la habitación temprano para que pudieran arreglarla antes de que regresara el cura.

Mi jefe y su mujer, cansados como estaban aceptaron sin rechistar y allá subieron con la idea de poder echar una cabezadita y descansar un poco. Por la mañana, como esas habitaciones no tenía cuarto de baño, la esposa salió al pasillo con la intención de utilizar el cuarto de baño común antes de desalojar la habitación y fue entonces cuando el marido se quedó pensativo pues se dio cuenta del daño que podían hacerle al cura porque si alguno de los residentes habituales veía saliendo de aquella habitación a una rubia de muy buen ver - así describió a su señora - ataviada con una vaporosa bata, lo lógico es que pensaran que el cura se lo había pasado de miedo y lo más triste era que los vecinos del cura dirían la verdad, “la rubia de buen ver, salió de la habitación del cura”, pero sin embargo, éste era totalmente inocente.

Así que desde aquel momento, además de no volver a aceptar una solución como aquella, que en realidad fue hecha queriendo hacerles un favor como clientes habituales que eran, dijo que antes de juzgar a nadie, se lo pensaría mucho pues incluso “viendo” se podía hacer un juicio injusto.

Creo que todos podemos aprender de este caso y cuando vayamos a dictar nuestra “sapientísima sentencia”, pensemos primero si lo que “vimos” es suficiente, o lo que “oímos” no fue sólo una parte, con lo cual la información en la que nos vamos a basar no está completa y acabaremos metiendo la pata y lo que es peor, haciendo daño a alguien.

viernes, enero 20, 2006

El castillo y sus fantasmas


No creo que nadie ponga en duda que España es un país de castillos, tiene muchos, unos muy bien conservados, otros no tanto y otros más, casi en ruinas, pero incluso estos son magníficos. Todos tienen muchos años y por lo tanto mucha historia acumulada y todos tienen también sus fantasmas, los de las personas que allí vivieron, amaron, odiaron y murieron.

Elegí el castillo de Pedraza no por ser el más bello, sino por una leyenda de amor y venganza que circula en torno a él. Cuentan que en los primeros años del siglo XIII habitaba en ese castillo un noble llamado Sancho de Ridaura, guerrero y señor generoso, respetado por todos sus vasallos.

Cerca de allí, en una aldea de sus dominios, vivía Elvira, moza de gran belleza - hija de unos pobres colonos - que estaba muy enamorada de Roberto, un joven labrador, trabajador y honrado que desde niño sentía un profundo amor por ella. Pero un día, el señor del castillo vio a la muchacha y quedó prendado de su belleza, hasta el punto de utilizar sus derechos para obligarla a convertirse en su esposa y por lo tanto en señora del castillo.

Roberto quedó destrozado al tener que renunciar a la mujer amada ya que como siervo no se la podía disputar a su señor y la única salida que encontró para ocultar su dolor, fue refugiarse en un convento y allí entregado a la oración fue cicatrizando su herida.

Pasó el tiempo, pero como la vida da muchas vueltas, sucedió que el capellán del castillo se murió y el señor pidió al convento que le enviara al monje más virtuoso para reemplazar al capellán fallecido. El abad eligió entonces a Roberto por ser el mas humilde y devoto y allá le mandó sin sospechar lo que iba a suceder. Cuando los enamorados se vieron, presintiendo el peligro que suponía que volviera a renacer su amor, se evitaban en todo momento, pero de nuevo el destino quiso jugar a su manera y ocurrió que Alfonso VIII hizo un llamamiento a los nobles castellanos para luchar contra los almohades y a esta llamada acudió el señor de Ridaura al frente de sus huestes distinguiéndose por su heroísmo en todas las batallas y llenándose de gloria en la de las Navas de Tolosa.

Regresó entonces a su castillo siendo recibido por todos sus vasallos que acudieron en masa para aclamarle y rendirle homenaje. En el umbral, rodeada de sus servidores le esperaba su esposa pero cuando él fue a abrazarla, ella turbada, se desmayó entre sus brazos. Confuso y pensativo por esta actitud, mandó llamar a uno de sus más antiguos servidores y por él supo que la intachable fidelidad de su esposa había sido durante su ausencia empañada por el amor que tenía por el fraile.

Quedó pensativo el señor del castillo no demostrando su dolor, aparentemente alegre, recibía las visitas de otros nobles que acudían para darle la bienvenida y decidió que para celebrar el triunfo, se prepararía una gran fiesta invitando al banquete a todos los nobles del reino.

Llegado el momento, se sentaron a la mesa todos los comensales presididos por el señor que sienta a ambos lados a los amantes y a la hora del brindis dice que ha llegado el momento de conceder premios a los que lo han merecido durante su ausencia. Mirando fijamente a Roberto y aludiendo a su tonsura, sentencia: ”Una corona bendita y consagrada lleva sobre la cabeza como insignia de honradez, virtud y santidad, yo le pondré otra que si no tan divina será al menos tan duradera”. Y haciendo una seña, se acercan dos vasallos vestidos con brillantes armaduras que portan en una bandeja de plata una corona de hierro, cuya parte inferior estaba erizada de afiladas puntas enrojecidas al fuego. El caballero, poniéndose unos guantes de acero, toma la corona y la coloca con fuerza sobre la cabeza del fraile mientras le decía: “La recompensa por tus servicios”.

Elvira huye espantada mientras se oyen los gritos de dolor del fraile y el espanto de los invitados se refleja en sus caras. Se dirige entonces el señor hacia su esposa pero viendo que había desaparecido la sigue a sus aposentos y allí la encuentra con el corazón traspasado por una daga.

De pronto el castillo se ve envuelto en llamas lo que hace que todos los invitados huyan despavoridos y parece ser que el señor de Ridaura también lo abandona con rumbo desconocido. Hay quien dice, que desde entonces, cierta noche del año en el ruinoso castillo, se ve pasear a dos extrañas figuras coronadas por una orla de fuego.

viernes, enero 13, 2006

Y si no, a palos

Hay personas que cuando entran en una lucha no se rinden ante ninguna dificultad que se les presente, buscan rápida solución para no darse por vencidos y eso es lo que le pasó a Diego Pérez de Vargas en la batalla de Jerez.

En plena campaña de reconquista y poniendo como disculpa – por poner algo ya que en aquellos tiempos ir a pelearse con los moros era lo habitual – que los musulmanes se habían apoderado del castillo de Quesada, Fernando III decidió enviar una expedición de razia contra Andalucía, que en esos momentos obedecían al caudillo murciano Aben-Hut. Participaba en esta expedición su hijo Alfonso, niño todavía, por lo que al mando iba el magnate don Alvar Pérez de Castro y acompañando a éste, entre otros, los hermanos Diego y Garcí Pérez de Vargas.

Don Alvar decidió dirigirse hacia Córdoba y no dejaron cosa en su sitio, quemaron, destruyeron y saquearon todo lo que se les puso delante; llegados a Palma del Río la asaltaron y no dejaron a nadie con vida según dice la Crónica de Veinte reyes; luego siguieron hacia Sevilla, pasaron por delante de ella y llegaron a Jerez. Una algarada tan grande como esta no era normal verla en al-Andalus, por eso Aben-Hut hizo un llamamiento general a todos los musulmanes de sus dominios reuniendo un ejército varias veces superior al de los cristianos y levantó sus tiendas en un olivar entre los cristianos y Jerez. De saber lo que iba a ocurrir, creo que jamás hubiera escogido dicho lugar.

Después de haberse confesado con un clérigo los que pudieron, y unos con otros los que no lo tenían y tomándose tiempo todavía para nombrar caballero a Garcí Pérez de Vargas, por don Alvar, los cristianos formaron un único bloque muy conjuntado que se lanzó en tromba al ataque y a los gritos de Santiago y de Castilla, lograron abrir brecha en el bando enemigo. La lucha fue tan violenta que Diego Pérez de Vargas se quedó sin armas al quebrarse su lanza y su espada, pero en el furor de la contienda, y ya metido en faena, desgajó de un olivo una gruesa rama y manejándola a guisa de porra descargó golpes a diestro y siniestro sembrando la muerte y el espanto, los que estaban más cerca, dejaron de pelear para observarlo y Alvar Pérez le repitió una y otra vez: “Así, así, Diego, machuca, machuca”

Llamáronle a Diego Pérez,
de Machuca el afamado;
de aquel día en adelante,
este renombre le han dado.

Efectivamente, a partir de entonces, y después del éxito de la batalla, se le concedió el derecho de usar el nombre de Machuca como apellido, a él y sus descendientes; y en su escudo figuró la rama de olivo.

Fue tan renombrado este hecho, que Cervantes lo saca a colación cuando a Don Quijote se le rompe la lanza al atacar a los molinos:

“Yo me acuerdo de haber leído que un caballero español, llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca. Hete dicho esto, porque la primera encina o roble que se me depare, pienso desgajar otro tronco, tal y tan bueno como aquel que me imagino, y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a verlas, y a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas”.

martes, enero 10, 2006

La madreña

Cuando os mostré el cuadro del “Filandón”, al comentarlo, cité las madreñas y como es posible que algunos no las conozcáis, hoy voy a escribir un poco sobre ellas.

En Asturias, el calzado de madera por excelencia es la madreña, un calzado hecho enteramente de una sola pieza de madera, que presenta a diferencia del zueco, un tacón bien marcado y dos tacos delanteros en la suela, aunque éstos, en la mayoría de los tipos, se funden formando un único taco delantero corrido. Estos resaltos le proporcionan estabilidad al asentarse sobre un suelo irregular, le aíslan del barro y de la humedad y permiten su giro al caminar, compensando así la carencia de flexibilidad del material; pero tengo que decir que aunque prácticas, no es fácil caminar con ellas y si no se manejan bien se corre el riesgo de torcerse un tobillo.

Su origen es incierto, pero se puede hablar de la evolución del calzado de madera hasta llegar a la madreña empezando por una simple tabla atada al pié por medio de correas, pasando por las sandalias, las galochas (suela de madera y empeine de cuero) y los zuecos. Su uso está muy extendido para realizar las labores en la cuadra o en las huertas, se suelen tener en el zaguán, así que cuando se sale para trabajar se las ponen y al volver con una simple sacudida se las quitan, pues no es costumbre entrar con ellas en la casa.

Básicamente hay dos tipos de madreñas, las que se calzan con escarpines (un calzado a medio camino entre zapatilla y calcetín que se solía hacer con materiales distintos como sarga, lana, fieltro..) y las que se calzan con zapatillas comerciales. Las primeras son unas madreñas robustas muy cerradas de boca y es la más antigua de las dos, su uso está prácticamente extinguido aunque todavía queda algún madreñero que conoce su elaboración; la segunda es la que todavía se usa en la actualidad, es más escotada y está adaptada a las zapatillas comerciales.

La denominación de las diferentes partes de la madreña varían de una zona a otra, dependiendo de las diferentes variantes dialectales, pero válganos ésta como ilustración. Se puede decir que las partes más importantes de una madreña son la denominada “casa” y la altura y posición de los tacos ya que son los que determinan la comodidad en el giro.
La decoración de las madreñas se puede agrupar en unos estilos que corresponden a zonas normalmente bien delimitadas, además tienen que ver también con el tipo de madreña, un madreñero no suele aplicar la decoración de una madeña de escarpín a otra de zapatilla.
La repercusión de la producción madreñera en la economía rural de Asturias ha sido enorme en épocas pasadas. La venta de madreñas permitió a muchas familias contar con unos modestos ingresos ya que se simultaneaba con las labores del campo y era un oficio transmitido de padres a hijos. Lo común era la venta en los mercados de los concejos y en menor medida en comercios especializados, aunque también se practicaba el “servicio a domicilio”, en el que el madreñero, mantenido y alojado en una casa, proveía de madreñas al grupo familiar para una buena temporada.

Las madreñas solían recibir un tratamiento superficial consistente en un ahumado, pero con el paso del tiempo este método fue sustituido por la pintura. Con el ahumado se pretendía mejorar su apariencia a la vez que era un tratamiento preventivo de la madera contra la humedad y la carcoma para que tuviera más duración, otro dato es que los buenos madreñeros cortaban la madera en luna menguante pues al parecer la madera se conservaba mejor. Mientras que en Quirós y Lena el ahumado se llevaba a cabo con helechos secos que producían una coloración rojiza, en el resto se ahumaban con cortezas de abedul y escobas de monte, resultando en este caso un color negro mate, que realzaba la belleza de la madreña.

En el proceso de industrialización sólo nos va quedando la añoranza de este elemento tan enraizado en nuestra cultura, que va siendo progresivamente desplazado por el arrollador empuje de calzados más cómodos, pero menos higiénicos e idóneos para la ejecución de las tareas propias de las áreas rurales.

viernes, enero 06, 2006

Regalo de Reyes

Esta noche los Reyes Magos dejaron para todos mis lectores un regalo que consiste en un viaje a Hawai para pasar unas pequeñas vacaciones y descansar de tanto ajetreo navideño. Disfrutaremos del sol; de los bellos paisajes; del mar, en donde podremos practicar surf y bucear para contemplar a los peces mariposa, peces loro, tortugas y otras especies tropicales; bailaremos hula y participaremos en un lu’au.

Si ya estáis todos a bordo podemos despegar con dirección a Honolulú. Como el viaje es un poco largo, vamos a aprovechar para recordar algunos datos, como por ejemplo que el archipiélago está formado por ocho islas:

Niihau – La isla menos poblada del archipiélago es propiedad de las familias Gay y Robinson; poco afectada por el turismo, el aislamiento la convirtió en el último bastión de la cultura autóctona. Cuando los nativos no están cuidando el ganado del Niihau Ranch, sobreviven con la pesca, las granjas y tejiendo collares de conchas. La única ciudad es Puuwai.


Kauai - Tiene tres zonas principales de complejos turísticos: Poipu, en el sur, con playas resguardadas; la costa oriental, con dos mansiones de la época de las plantaciones y espléndida naturaleza y la frondosa North Shore ideal para los amantes del deporte, surf, golf, senderismo y viajes en canoa. Importante también es visitar el Waimea Canyon, conocido como el Gran Cañón del Pacífico, creado por un terremoto que casi partió la isla en dos.

Ohau – La tercera en cuanto al tamaño, surgió de dos volcanes que formaron las montañas Waianae al oeste y la cordillera Koolau al noroeste. En esta isla viven las tres cuartas partes de los habitantes de Hawai y es la más visitada. En ella se encuentra Honolulú y no hay ningún problema para desplazarse por la isla. Interesante es visitar además de la capital, Waikiki, el santuario budista de Byodo-In Temple, el Polynesian Cultural Center, el Waimea Valley, paraíso botánico con 36 jardines diferentes y miles de plantas tropicales y 30 especies de aves que vuelan libres.

Molokai – Visitada sólo por los que buscan estar lejos del bullicio y disfrutar de la paz del lugar. Esta isla es muy conocida, pues en la península de Kalaupapa se recluía a los leprosos; allí, el conocido como Padre Damián se ofreció voluntario para atender a esos enfermos que nadie quería cuidar, construyó hospitales, iglesias y hogares y cuidó a los enfermos sin ningún miedo, pero finalmente él se contagió de la enfermedad muriendo en 1889.

Lanai – Situada al sur de Molokai, es la más pequeña de las islas. Fue una extensa plantación de piñas hasta que en 1991 se abrieron dos lujosos complejos turísticos a los que no todo el mundo puede acceder por su alto coste.


Kahoolawe – Es una pequeña isla deshabitada con visitas muy limitadas.
Maui – Es la segunda isla en extensión y está escasamente poblada. Es una zona de tierras verdes, con plantaciones de azúcar y piñas, extensos ranchos de ganado y selvas que descienden desde las montañas hasta el mar. Está formada por dos volcanes unidos por el Cental Valley. En sus playas se practican deportes como el buceo, el submarinismo y el windsurf.

Hawai - Para tener una visión global de la cultura hawaiana hay que visitar la isla de Hawai, la Gran Isla, que cuenta con algunos de los asentamientos polinesios más antiguos. Fue en esta tierra donde encontró la muerte el capitán Cook y donde Kamehameba el Grande subió al poder. Tiene alrededor de un millón de años, por lo que se la considera una isla joven, motivo por el cual no está aún rodeada de playas arenosas, y el turismo se basa en los numerosos paisajes históricos y culturales. Cuenta con la impresionante masa montañosa del Mauna Loa y en ella se tiene la oportunidad de disfrutar de una gran variedad de ecosistemas, que van desde alturas alpinas hasta desiertos desnudos.